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En el último volumen de Sunny, Taiyô Matsumoto sigue mostrándonos la parte más humana de la vida, detalles tal vez insignificantes pero que explican mucho más de lo que parece, como la desesperación de Sei cuando no encuentra a su rana o la tristeza de Yuri y su rechazo al parque de atracciones por el simple hecho de haber perdido una cantimplora. El desenlace de algunas de las historias que se han ido hilvanando a lo largo de varios capítulos a veces será el esperado y otras nos sorprenderá, pero al final nos quedará la sensación de un trabajo bien hecho y la ternura con la que el autor ha creado a sus personajes permanecerá, dejándonos una huella indeleble.